Mientras en el centro del país algunos “hermanos en la fe” están más preocupados de andar asustando con el cuco, discutiendo dónde se celebrará el Te Deum, y rasgando vestiduras por las burlas de las que un programa de TV ha hecho sobre los evangélicos, en nuestra región la preocupación real de la iglesia es otra: la violencia que hemos estado enfrentando a partir del conflicto Mapuche.
Pero no nos hemos quedado sólo observando el conflicto, sino que nos hemos involucrado de la manera en que nosotros, el mundo evangélico, enfrenta el devenir diario frente a un mundo hostil.
Como iglesias nos hemos reunido para orar por la paz en nuestra región, pues reconocemos que la oración es esencial. Pero más allá de eso, nuestros hermanos en la común fe – jóvenes, mujeres, niños, adultos, ancianos, líderes, pastores Mapuche y no Mapuche- luchan cada día con las armas de la fe en los campos de esta región, para proveer paz y progreso, junto con tratar de establecer puentes de encuentro entre las culturas involucradas.
Lamentablemente el conflicto se ha politizado demasiado – intencionalmente o no – y la iglesia entiende que no puede caer en partidismos de ningún tipo. El llamado de la Palabra de Dios es ser agentes de paz, puesto que procurando la paz del lugar donde habitamos, nosotros mismos viviremos en paz. Además concuerdo con las palabras de Luther King, de que al fin de cuentas “la violencia genera más problemas sociales que los que resuelve”.
Debo reconocer que nuestro acercamiento en ocasiones ha sido agresivo frente al pueblo anfitrión – en este caso el Mapuche- no entendiendo que nuestro llamado no era a cambiar su cultura sino acercar las personas a Cristo, en medio de su propia cultura. Y como resultado, muchos –Mapuche y no Mapuche – han aceptado o rechazado el mensaje sin entenderlo en profundidad.
Pero la iglesia ha madurado, y entendemos hoy que no habrá paz mientras no haya entendimiento del otro, y este no se producirá si no hay disposición genuina a aceptarlo de verdad. También debemos considerar algo más: que existe una paz más profunda y que nadie puede dar lo que no tiene. Por tanto, si cada uno de nosotros no tiene verdadera paz, esa que sólo viene de tener paz con Dios, lucharemos infructuosamente por una paz muy débil y quizás hasta efímera. Si no nos volvemos en busca de paz primero con Dios, la paz que como humanos podamos lograr, penderá de un delgado hilo que se llama voluntad. Y esta, como todos sabemos, cambia permanentemente.
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